sábado, 10 de mayo de 2025

Ayuno digital

¡Buenas a todos y todas, amig@s virtuales! Hoy os traigo una reflexión acerca de mi experiencia con el ayuno digital.

Primero, permitidme que os ponga en contexto: soy una chica que utiliza su móvil una media de 5 horas al día. Probablemente, en días de más estrés, lo use 3 horas, y en días de más descanso pueda superar las 6 horas diarias. Sí, lo sé, ¡una barbaridad! La verdad es que me gusta bastante hacer fotos y vídeos, dejar constancia de dónde estoy y lo que hago. No necesariamente para publicarlo, sino como carrete y álbum para recordarlo siempre que quiera. Además, no puedo negar que me gusta bastante entrar en redes sociales como forma de evasión, distracción y como fuente de inspiración y creatividad.

Por eso, cuando el profesor nos sugirió hacer un ayuno digital durante 24 horas, me lo planteé como un reto. Sabía que me costaría, porque es estadísticamente imposible que salga de casa sin mi teléfono móvil. No por si me van a llamar —porque probablemente eso no ocurra—, sino porque me siento más segura llevándolo conmigo. Es una sensación extraña y difícil de explicar, ya que simplemente por el hecho de llevarlo encima me siento más tranquila.

Al principio, no encontraba el momento adecuado y me preguntaba qué día sería mejor para hacerlo. ¿Sería mejor un día de clase, con todo lo que eso conlleva? Tener que coger el autobús, que requiere bono digital; usar internet o el ordenador para tomar apuntes en la universidad; volver a casa, de nuevo con el bono digital... y un largo etcétera. ¿O sería mejor un fin de semana? Estaría en casa, sí, pero claro, ¿Cómo me enteraría de lo que hablan mis amigos/as? ¿Y si hacen planes? ¿Y si algún profesor manda una notificación al campus? ¿Y si los de clase dicen algo importante por el grupo? Y si, y si, y si... Otro largo etcétera. ¡Nunca parecía el momento ideal! Hasta que... llegó el famoso apagón. El 28 de abril de 2025.

Un día aparentemente normal, todo dejó de funcionar: las pantallas digitales, los proyectores, la luz, los semáforos... Entonces, que no funcionara el internet para utilizar el móvil pasó a un segundo plano, porque ya no era tan importante no poder usar el teléfono para conectarse o llamar. España entera (y parte del extranjero) estaba sin luz y sin cobertura de manera general. No había electricidad, con todo lo que eso implicaba: no funcionaban los semáforos, las puertas automáticas, las gasolineras, los trenes, los bares... Menos mal que muchos lugares contaban con generadores y, gracias a ellos, no fue del todo catastrófico.

En cuanto a mí, ese día, por “obligación”, no pude comunicarme ni tener contacto a través del teléfono móvil desde aproximadamente las 13:00 hasta las 03:58 del día siguiente.

No lo voy a negar: pasé un poco de angustia. Ese día (28 de abril), mi padre me recogía de la universidad (en vez de volver en autobús, como el resto de días), y el primer problema que se me vino a la mente fue: ¿Cómo me voy a comunicar con él para que me recoja? Después, de camino a casa, mi cabeza era un mar de dudas: ¿Cómo estará el resto del mundo? Y también pensé en mi familia: ¿Cómo vamos a calentar la comida hoy? Según pasaba el día, la angustia no se me quitaba. Además, esa semana teníamos bastantes trabajos y cosas pendientes, y a mí no me venía bien ese día de “vacaciones”, dado que no podíamos avanzar, no solo por no tener internet, sino porque tampoco podíamos cargar el ordenador.

Dejando todo eso de lado, agradecí mucho que hiciera un día tan bueno, lleno de sol y luz. A media tarde vino una amiga a mi casa y me recordó mucho a cuando éramos “pequeñas” y no teníamos móvil e íbamos a casa de la otra para salir. Vino con su perrita, llamó a la puerta (claro, el timbre no funcionaba) y yo no pude contestarle por el telefonillo. Simplemente abrí, y allí estaba con su perrita, dispuesta a que saliéramos a pasearlas. Fue lo mejor del día, sinceramente: las dos caminando con nuestras perras, disfrutando del paseo y del buen día que hacía.

Cuando llegué a casa, ya casi sin luz solar, en vez de tomármelo como un "drama" y seguir angustiada, me lo planteé como una aventura. ¡Tendríamos que cenar con linternas! Y así fue. Cenamos frío y con linternas, pero mi familia estuvo más habladora que nunca, sin tele ni móviles que nos distrajeran o interrumpieran de fondo.

Y así fue. Me dormí ese día sin luz, sin información sobre el resto del mundo y con la intención de ir al día siguiente a clase.


Después de este día, decidí hacer un ayuno digital propuesto por mí, no impuesto, y que realmente durara 24 horas.

Para ser honesta, elegí el día; no fue al azar, ya que, después de cómo me sentí el día del apagón, no quería experimentar nuevamente esa sensación de dependencia o que no usar el móvil me produjera agobio o ansiedad.

Cuando me desperté, inevitablemente cogí el móvil, pero al tenerlo en modo avión no recibí ninguna notificación y no se cargaban las historias. En ese momento tomé conciencia de que me había propuesto no usar el móvil para ocio durante 24 horas.

Durante la mañana me sentía un poco rara, algo inquieta, con esa necesidad de querer entrar a las redes sociales y saber del mundo exterior. Pero, con el paso del día, me fui sintiendo mejor. Tuve menos distracciones a la hora de estudiar, salí a pasear a la perra y me sentía más presente. Eso sí, eché en falta hacerle alguna foto con la puesta de sol, pero no tengo sensación de arrepentimiento, porque disfrutamos juntas de esa tarde y de esa luz espectacular que dejan los atardeceres.

Al final del día, sentí una mezcla de alivio y orgullo. Esta vez me sentí mejor que durante el apagón: estaba más tranquila, más en paz, porque sabía que no estaba ocurriendo nada relevante y que la gente sabía que yo estaba bien. Estaba en ese "retiro de 24 horas", y eso me permitió enfocarme más en mí y en lo que estaba haciendo, sin tanto "ruido mental" ni preocupaciones por noticias o situaciones externas.

Este ayuno digital me ha ayudado a reflexionar sobre mi relación con la tecnología. He entendido que las redes sociales, los dispositivos digitales y el internet son muy importantes y útiles en la actualidad, pero mi vida no debe girar en torno a ellos ni depender por completo de su uso. Creo que está bien utilizarlos, pero también es importante saber cuándo separarnos de ellos, para reconectar con nosotros mismos.

Después de estas experiencias, me he planteado tener más momentos de desconexión, aunque no sean de 24 horas. Seguro que en verano haré muchos más.

Muchas gracias por leerme. Os animo a probarlo: no perdéis nada, y ganáis mucho.



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